Son días difíciles para los numerosos parientes de Osama bin Laden. Todos ellos, los hijos del líder de Al Qaeda, los nietos, los hermanos y los primos se están reuniendo de forma espontánea en la ciudad saudí de Yeda, cerca de La Meca. Aseguran que no habían hablado con Osama desde hacía diez años y que su nombre no se pronuncia nunca en casa, ni siquiera ahora, cuando todo el mundo habla de él. Aun así, el fantasma del terrorista que ha asesinado a más seres humanos (lamayoría musulmanes) de la historia reciente parece rondar por los pasillos de la casa familiar.
Al teléfono, Zana, la esposa de Omar bin Laden, el cuarto hijo, parecía ayer afectada pero no sorprendida por todo lo ocurrido. “Sabemos que ha muerto uno de los hermanos de Omar, que estaba con su padre, pero todavía no sabemos cuál de ellos. Eso lo hace todo más difícil para mi marido”, confiesa.
Osama quería que Omar fuese su sucesor. Por eso puso a prueba sus sentimientos durante su infancia y adolescencia, haciendo experimentos químicos con los perros de sus hijos e incluso proponiéndoles convertirse en mártires. “Cuando cumplí diecisiete años, mi padre me envió al frente durante cuarenta días y cuarenta noches. Según uno de nuestros dichos, si un hombre se une durante ese periodo con combatientes pasa a ser uno de ellos”, explicó Omar a La Vanguardia. Luego reconoció un conflicto interno: curiosidad y rechazo al mismo tiempo por la vida de los terroristas de Al Qaeda.
Cuando Osama bin Laden preparaba los atentados del 11-S, colgó una lista en la pared de la mezquita y preguntó a sus hombres y a sus hijos quién estaría dispuesto a presentarse como candidato a suicida. “Si alguno de mis hijos quiere escribir su nombre, puede hacerlo”, dijo Osama. Omar, que tenía influencia sobre sus hermanos, impidió que uno de ellos se apuntara. Después del 11-S, el líder de Al Qaeda cambió de opinión y, en su testamento, prohíbe a sus hijos que se integren en el movimiento y a sus mujeres que se vuelvan a casar.
Los Bin Laden es una de las familias más ricas del reino saudí, con un capital de varios miles de millones de dólares. Su carácter global se debe, en gran parte, al carácter internacional del mercado de petróleo y a la riqueza que éste produjo a partir de 1973.
La generación de Osama y de sus 25 hermanos y 29 hermanas fue la primera que nació en territorio de Arabia Saudí. El padre, Mohamed, el arquitecto de la fortuna familiar, emigró desde una modesta y remota ciudad yemení en la región de Hadhramawt, en la que sus parientes eran simples campesinos.
Mohamed bin Laden transmitió a sus hijos no solamente una gran riqueza que acumuló en su nuevo país, sino una fe religiosa sin compromisos. En menos de dos generaciones pasaron de humildes agricultores a multimillonarios, con aviones privados, palacios y todas las tentaciones occidentales a su alcance. “No dejéis que las tentaciones de Occidente os cieguen”, ordenaba Osama a sus veinte hijos de cinco mujeres distintas. En la familia explican las raíces del extremismo de Bin Laden con el renacimiento del islam político de los años ochenta, y con sus experiencias como guerrero de la yihad en la guerra contra los soviéticos en Afganistán. Osama creció en la Arabia de los Saud. En ese país, los partidos políticos están prohibidos y los clubs sociales no son bien vistos. La familia y la fe religiosa son las bases más legítimas de la identidad pública. Los hermanos de Osama y él mismo se educaron en una sociedad sin colegios ni universidades, en la que los textos religiosos y los rituales dominaban la vida pública.
Por eso Osama sacó del colegio a sus hijos cuando tenían doce años y les obligó a memorizar grandes partes del Corán. Zana afirma que, para algunos de ellos, esa fue la única enseñanza a la que tuvieron acceso.
En el año 2001, algunos hermanos volvieron a la familia, en Yeda, y se encontraron con primos que habían estudiado en las mejores universidades norteamericanas y europeas. El hijo Omar reconoce que sintió vergüenza por su ignorancia.
Tampoco es fácil para los hijos liberarse de los traumas provocados por su juventud al lado de hombres como Ayman al Zauahiri, el sucesor de Osama. Cuentan que, un día, uno de los mejores compañeros de juventud de Omar fue violado por un grupo de hombres. Estos le hicieron fotos, antes y después, las cuales llegaron a Al Zauahiri. Fue su sentencia de muerte. El brazo derecho de Osama determinó que la homosexualidad es un crimen. El padre de la víctima le rogó que le dejara libre pero, según explicó Omar a La Vanguardia, el entonces número dos de Al Qaeda se limitó a arrastrarle hacia una habitación oscura y le mató de un balazo en la cabeza.
Cuando Osama se convirtió en un terrorista internacional, sus hermanos y hermanas eran dueños en Estados Unidos de centros comerciales, urbanizaciones, un aeropuerto e incluso una cárcel privada en Massachusetts. Algunos parientes suyos consiguieron pasaportes estadounidenses para sus hijos, e incluso financiaron películas de Hollywood.
Esa fue la América a la que Osama, primer hijo de Mohamed Bin Laden y de Allia Ganem, declaró la guerra. Una guerra que concluyó un capítulo esta semana, con un disparo en su ojo izquierdo.
Desde el 11-S, la obsesión de Omar bin Laden y de gran parte de sus parientes ha sido desmarcarse de la herencia de Osama. Muchas veces su apellido provocó que les dieran la espalda. Por ejemplo, cuando el director de un hotel en Roma les quiso presentar al actor Sylvester Stallone. Este los miró con repugnancia, sin dirigirles la palabra, y comentó más tarde: “Me niego a estar con ellos en la misma sala. Es como el hijo de Hitler”.
Hace un mes, Omar bin Laden declaró a La Vanguardia que le gustaría lanzar desde la ONU un mensaje de paz a la comunidad internacional. Ayer, con una voz triste pero de alguna manera aliviada, reiteró que, tras la muerte de su padre y de su hermano, se siente todavía más motivado a condenar el terrorismo de forma pública.