martes, 4 de enero de 2011

Obama tiene siete meses para cumplir promesa sobre Afganistán.


El 2011 será otro año en el que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, deberá intentar saldar las deudas aún pendientes en su agenda electoral y, sin dudas, una de las más importantes será la de poder tachar en julio próximo el compromiso de poner fin a la guerra de Afganistán, iniciando la retirada de las tropas de ese país.

Los "avances” conseguidos por el ejército estadounidense en territorio afgano, según el más reciente informe de su Administración, dado a conocer a mediados de diciembre reciente, permitieron al mandatario ratificar su propósito de iniciar el repliegue de los 97.000 efectivos desplegados en el país asiático en la fecha prevista, colocándose una vez más en el centro de una polémica que tiene tantos partidarios como detractores.

EE.UU. ha logrado avances considerables, infligiendo grandes daños a los talibanes en sus bastiones de Helmand y Kandahar, expresa el documento, aunque reconoce cierta fragilidad en la nueva supremacía norteamericana, pero ello parece bastar para que Obama decida ir poniendo fin a un conflicto que dura ya nueve años y en el que han perdido la vida 1.445 militares muertos.

Solo en 2010, la guerra de Afganistán costó a los estadounidenses 105.000 millones de dólares (casi 80.000 millones euros) y registró el mayor número de soldados aliados muertos: 709, de los que 498 fueron norteamericanos.

Sin embargo, pese al elevado precio en vidas y dinero que está pagando Washington, lo que no parece probable es que el repliegue se vaya a producir luego de anunciarse una victoria definitiva sobre los talibanes y Al Qaeda, cuyas operaciones desde el norte de Pakistán están haciendo muy difícil la eliminación de esos grupos radicales.

El principal problema de EE.UU., de acuerdo con el diario español El País, es que la guerra de Afganistán se libra, cada vez más, en el noroeste paquistaní, donde se refugian numerosos rebeldes y miembros de Al Qaeda, aprovechando la falta absoluta de control en la frontera entre ambos países, y desde allí organizan los ataques que asolan Afganistán cada año después del invierno.

La CIA, desde bases secretas, ayuda al Pentágono y somete la zona a numerosos bombardeos con aviones no tripulados, controlados de forma remota, una práctica autorizada con discreción por Pakistán, pero profundamente impopular entre la ciudadanía.

La misión de Afganistán, una respuesta directa a los atentados de 2001, se beneficiaba del dolor provocado por el ataque de Al Qaeda contra Washington y Nueva York, que causó 2.977 muertes. Sin embargo, una reciente encuesta de Opinion Research para CNN, revela que seis de cada 10 norteamericanos se oponen a la guerra y un 53 por ciento de los estadounidenses cree que las cosas le van mal al Ejército en su guerra contra los talibanes.

Y eso, pese a los esfuerzos de Obama por sustituir el combate bélico tradicional por una amalgama coordinada de operaciones insurgentes para ganar una difícil guerra, donde el enemigo lo conforman células de Al Qaeda y guerrillas talibanes camufladas entre la población civil.

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